¿Alguna vez te ha pasado que mientras juegas con un niño o una niña, de repente cambia las reglas del juego sin previo aviso? Puede ser desconcertante e incluso frustrante, pero desde la experiencia somática y la autorregulación, este comportamiento revela mucho sobre lo que ocurre en el cuerpo y la mente de quien juega.
Cuando un niño o una niña altera las reglas de un juego, no siempre se trata de desobediencia o manipulación. Muchas veces es una estrategia cognitiva, emocional y corporal para manejar el estrés o la frustración que surgen en la experiencia del juego.
Desde la mirada somática, cuerpo y mente colaboran para recuperar un sentido de equilibrio y seguridad. Si el juego se vuelve demasiado exigente o competitivo, cambiar las reglas puede ser una forma de protegerse y sostener la sensación de control interno.
Es importante recordar que los niños y las niñas no solo juegan para ganar; a menudo se juegan su autoestima, su sensación de competencia y seguridad. Cuando sienten que podrían perder o no cumplir con las expectativas, su cuerpo y su mente buscan maneras de protegerse y seguir participando.
Antes de que un niño o una niña modifique las reglas, su cuerpo suele enviar señales sutiles o evidentes que reflejan su estado interno:
Observar estas señales permite a adultos y educadores intervenir de manera sensible, ofreciendo apoyo antes de que la tensión se transforme en malestar o afecte el clima del juego.
Estas prácticas ayudan a los niños y niñas a autorregularse y jugar de manera más equilibrada, cuidando su autoestima y respetando sus emociones. Aquí presentamos algunas opciones para invitar a la calma, la conexión y la flexibilidad emocional durante el juego:
Escuchar activamente lo que sienten y poner palabras a su experiencia:
“Veo que tu cuerpo se tensa y parece que te sientes frustrado. Es normal que pase cuando algo se pone difícil. Podemos tomarnos un momento y ver cómo seguir jugando juntos.”
Validar la experiencia emocional fortalece la conciencia emocional y les hace sentir acompañados y comprendidos.
Inhalar contando hasta 3 y exhalar hasta 4, moviendo brazos o hombros suavemente. Este pequeño ejercicio ayuda a liberar tensión y recuperar la calma.
Permitir saltos, movimientos o estiramientos antes o durante el juego facilita la autorregulación y evita que la energía acumulada se transforme en frustración.
Tocar objetos con texturas agradables mientras se respira o mantener un pequeño objeto de referencia (como una pelota o una piedra lisa) puede aumentar la sensación de seguridad.
Proponer breves pausas para respirar o estirarse ayuda a regular la activación corporal, especialmente cuando la tensión o la competencia se intensifican.
En la terapia de juego individual, el o la terapeuta puede acompañar siendo sensible a las señales del cuerpo y la conducta del niño o la niña, ayudando a identificar lo que sienten y ofreciendo herramientas de autorregulación para restaurar el equilibrio.
También es valioso cuando el adulto que juega con un niño o niña negocia de manera flexible quién gana o pierde, ofreciendo así un modelo de flexibilidad y tolerancia ante la frustración. Por ejemplo, se puede proponer ceder un triunfo o cambiar el ritmo del juego para mostrar que perder no significa fracasar.
En el juego entre iguales, cuando todos quieren ganar, el acompañamiento puede centrarse en la escucha y las pausas. Un adulto que propone detenerse un momento para respirar, conversar o redefinir cómo seguir jugando ayuda a que todos aprendan a regular la emoción colectiva y a flexibilizar sus respuestas.
Y cuando el juego ocurre en familia, con mamá, papá o hermanos/as, se abre la oportunidad de ampliar este aprendizaje. Las experiencias de autorregulación y empatía se vuelven compartidas y refuerzan vínculos afectivos.
En un proceso de terapia de juego individual, un niño se ponía tenso y triste cada vez que iba perdiendo. Yo le reflejé lo que observaba:
“Parece que la posibilidad de perder te preocupa y te pone triste, como si todavía no te sintieras preparado para perder.”
Durante varias semanas, propuse ceder mi triunfo en algunas partidas, acompañándolo desde la empatía y la observación corporal. Con el tiempo, un día me dijo con una sonrisa:
“Hoy no me importa perder, me puedes ganar porque sé que yo puedo ganarte después en otra partida.”
Ese momento marcó un cambio profundo: había integrado la experiencia de perder sin perderse a sí mismo.
Acompañar a los niños y niñas desde la experiencia corporal y emocional permite:
Cambiar las reglas del juego no es un acto de resistencia, desobediencia o manipulación, sino una expresión del intento de recuperar control, equilibrio y seguridad. Observar el cuerpo, escuchar y validar las emociones, ofrecer herramientas de autorregulación y acompañar sin juicio permite a los niños y niñas aprender a gestionar su energía, sus emociones y su autoestima, fortaleciendo su desarrollo emocional y social de manera profunda y duradera.
Y tal vez también nos invita a mirar hacia dentro: ¿cómo vivimos los adultos —madres, padres, docentes o acompañantes— la experiencia de perder? ¿Qué sentimos cuando el control se escapa o cuando algo no sale como esperábamos?
En ese espejo compartido, el juego se convierte en una oportunidad de aprendizaje mutuo, donde todas las personas involucradas pueden flexibilizar, regular y crecer juntas.